Dice la tradición que Fermín era un chaval de 10 años cuando sus padres, Firmo y Eugenia, persona-jes de la nobleza, se convirtieron al cristianismo. Ello fue obra de un sacerdote llamado Honesto, el cual venía a Pamplona de parte de su obispo de Toulousse, san Satur-nino.
Este mismo santo visitó Pamplona para bautizar a los primeros cristianos navarros, con el agua de un pozo que está señalado en una de las calles pamplonicas.
A Fermín le dieron educación cristiana muy pronto, y le mandaron a Toulousse para que fuera formando su personalidad con los monjes. Empezó a ejercitarse en la predicación y en el servicio, de forma que pronto le die-ron las sagradas órdenes y más tarde le hicieron obispo de Pamplona. Recorrió todo el territorio para ganar a los na-varros a Jesucristo. Era un verdadero misionero de su pro-pia tierra. Y cuando ya tuvo toda su diócesis bien organi-zada, se fue por otros mundos a predicar el Evangelio. Re-corrió Francia y llegó a los Países Bajos.
En aquellos tiempos no estaban las cosas para bromas, y lo cogieron preso en Amiens. Estuvo en la cárcel algún tiempo, le torturaron como es costumbre y por fin le cor-taron la cabeza allí mismo. Allí donde murió celebran su fiesta el 25 de septiembre. Pero en Pamplona se hace el 7 de julio, entre procesiones, salves y encierros.
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