Ignacio nació a Láconi, en el corazón de Cerdeña, en el 1701. En el pequeño país cerca de las montañas del Gennargentu, creció recto de Dios y de adolescente ya practicó ayunos y mortificaciones; no frecuentò escuelas y no aprendió nunca a escribir, pero fue cada día a misa e hizo el monacillo; de pocas palabras, solo hablaba el dialecto sardo.
Veinteañero, deseoso dec cambiar su vida, bajò a Cáller, no para buscarvos posicionas económicas más acomodadas, pero para preguntar a los capuchinos de San Benedetto de ser acogido en su convento para consagrarse a Dios.
Los capuchinos, que condujeron una vida muy rígida, cerraron un ojo sobre su inestable salud y en el 1721 le permitieron - con la mediación del marqués de Laconi Gabriele Aymerich - de pronunciar la profesión religiosa como hermano laico. Vino en fin trasladado al convento de Iglesias, destinado a los servicios màs humildes en el convento y a la cuestación en la zona del Sulcis.
Cómo pordiosero Ignazio se volvió en una de las figuras típicas de la capital sarda. Se lo vio cada día, alforja en hombro, por las calles de la ciudad, al puerto, en las tascas. Recibia el dono del buen corazón de la gente que lo queria y lo estimaba, y dio en cambio el calor de su amistad, de una buena palabra, el ejemplo evangélico de una vida humilde, experimentada a lado de los pobres, a los que distribuyó parte de lo que recibió.
Su muerte en el 1781 fue llorada como la desaparición de un amigo, de una persona querida de que se pensaba imposible un día el fallecimiento.
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