Su nombre era Juan. Su nación, Lituania. Su situación, entre católicos y ortodoxos. Su familia, de zapateros.
A los 24 años decidió hacerse monje. Y en aquella ciudad de Vilna, capital de Lituania, se metió en un viejo monasterio donde sólo vivía cl abad, completamente olvidado de la regla de san Basilio que allí había florecido en otro tiempo. Entonces empezó a llamarse Josafat.
El eje de su vida fue desde entonces la conversión de Lituania al catolicismo. Aunque hacía tres siglos que estaba unida a la católica Polonia, Lituania vivía en el cisma de la iglesia ortodoxa. Josafat se juntó con otros compañeros, y entre todos se comprometieron a trabajar por la unión con Roma.
Predicador excelente, le llamaban "el azote del cisma". Gracias a sus esfuerzos, a los 5 años Vilna no era ni parecida. Entonces se dedicó a trabajar en toda la región.
A sus 38 años fue nombrado obispo de Polock. Sus grandes éxitos le trajeron grandes odios. Y un buen día, una masa de gentes enfurecidas entró en su casa. Entre bastones, puñales y hachas cayó Josafat en un charco de sangre.
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