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Santa Bernadette Soubirous

Santa Bernadette Soubirous
nombre: Santa Bernadette Soubirous
título: Virgen
recurrencia: 16 de abril




En la Francia del siglo xvii, la fe del pueblo estaba quebrantada; había rebelión contra la Iglesia y descuido de sus enseñanzas; el auge del protestantismo y la herejía jansenista' tenían parte de culpa en el debilitamiento del edificio levantado con el esfuerzo de los siglos. Pero como cada amenaza ocasiona una respuesta, surgieron, frescas y lozanas, nuevas fuerzas para enfrentarse a tales sucesos. Fueron particularmente efectivos tres religiosos famosos que hoy día veneramos como santos : Juan Eudes y Claudio de la Columbiére fueron sacerdotes y escritores jesuitas franceses; Margarita María Alacoque fue una sencilla monja de la orden de la Visitación. Su obra iba a ser la de popularizar la devoción del Sagrado Corazón de Jesús. Para representar a este trío así como al movimiento, hemos escogido a Margarita María Alacoque. Nació en 1647 en Janots, pequeño pueblo de Borgoña, siendo la quinta de siete hermanos, hijos de Claudio y Filiberta Alacoque. Su padre era un notario próspero; la familia poseía una casa de campo y tierras labrantías y tenía algunos parentescos aristocráticos. La madrina de Margarita era una vecina, la condesa de Corchevar. De niña, Margarita pasó mucho tiempo junto a ella, pero la repentina muerte de la dama puso fin a esas visitas. El padre murió de neumonía cuando Margarita contaba ocho años, y éste fue otro golpe para la pequeña. Claudio había sido un hombre amante de su familia, pero extravagante y de poca visión, y su muerte les colocó en muy mala situación económica. No obstante, Margarita fue enviada a la escuela de las hermanas urbanistas de Charolles. La niña gustaba de la paz y orden de la vida del convento y las monjas estaban tan admiradas de su devoción, que le permitieron hacer su primera comunión a los nueve años. Un fuerte reuma obligó a Margarita a guardar cama durante cuatro años, y tuvo que ser enviada a su casa, a la que se habían trasladado varios parientes de su padre que habían tomado en sus manos la dirección de la granja y de la farrAlia. Ella y su madre no eran consideradas y se las trataba como sirvientas. Esta dolorosa situación empeoró cuando Margarita se restableció, ya que aquellos familiares quisieron dirigir también todas sus idas y venidas. No le permitían ir a la iglesia tan frecuentemente como ella hubiera deseado y, por ello, la niña solía llorar y rezar en un rincón del jardín. Se sentía afligida ante la idea de que no podía facilitar aquel estado de cosas a su madre. Cuando el mayor de los hermanos alcanzó la mayoría de edad, todo volvió a su cauce, ya que la propiedad quedó en sus manos y la familia pudo posesionarse nuevamente de su casa. Filiberta deseaba que su hija se casara, pero ella consideró aquella posibilidad por cierto tiempo con indecisión, durante el cual infligía a su cuerpo severas austeridades. A los veinte años, inspirada por una visión, desechó aquellos pensamientos y decidió entrar en un convento. Mientras esperaba ser admitida procuró ayudar y enseñar a algunos niños del pueblo, de los que nadie se ocupaba. A los veintidós años hizo su profesión en el convento de la Visitación en ParayleMonial. Las monjas de la Visitación, orden fundada años atrás por San Francisco de Sales, tenían fama por su humildad y su dedicación y Margarita sobresalió en esas virtudes cuando todavía era novicia. Cuando hizo su profesión, le fue añadido el nombre de María y la llamaron Margarita María. Comenzó entonces una serie de mortificaciones y penitencias, que con mayor o menor intensidad continuarían durante toda su vida. Sabemos que fue asignada a la enfermería y que no era muy hábil en aquella tarea. Pasaron varios años en el convento y Margarita María comenzó a tener experiencias que parecían de origen sobrenatural. La primera ocurrió el 27 de diciembre de 1673, mientras estaba arrodillada en la capilla. Se sintió invadida por la Presencia Divina y oyó que el Señor la invitaba a ocupar el lugar que tuviera San Juan durante la Ultima Cena. El Señor le dijo que el amor de Su Corazón debía cundir y manifestarse entre los hombres y que Él revelaría sus gracias a través de ella. Fue éste el principio de una serie de revelaciones que iban a cubrir un período de dieciocho meses. Cuando Margarita María fue a hablar con la superiora, Madre de Saumaise, y relató esas experiencias místicas asegurando que ella, humilde monja, había sido elegida para transmitir la nueva devoción del Sagrado Corazón, fue reprendida por su presunción. Margarita quedó tan deprimida que sufrió un desmayo y se puso tan enferma que llegaron a desesperar de salvarle la vida. Entonces la madre superiora pensó que podía haberse equivocado al juzgar a la monja y prometió que, si la vida de Margarita se salvaba, lo tomaría como prueba de que las visiones y mensajes provenían, verdaderamente, de Dios. Cuando Margarita María se restableció, la superiora invitó a varios teólogos que por entonces se hallaban en la ciudad ?un jesuita y un benedictino?para que oyeran aquella historia. Estos sacerdotes la escucharon y juzgaron que la joven monja era víctima de ilusiones. Su examen fue una tortura para Margarita María. Más tarde otro jesuita, el Padre Claudio de la Columbiére, habló con ella y quedó por entero convencido de la autenticidad de aquellas revelaciones. Él fue quien escribió acerca de la monja y el que empezaría esta devoción en Inglaterra. Durante muchos años la monja sufrió desesperaciones, autodisciplinas y los desdenes y desprecios de quienes la rodeaban. En 1681, el Padre Claudio regresó al convento, en donde murió al año siguiente. Margarita María fue nombrada asistente y directora de las novicias por una nueva madre superiora, que se mostraba más simpatizante con ella. La oposición cesó, o al menos fue refrenada, después de que un relato de las visiones de Margarita fue leído en alta voz en el refectorio, lelendo lo que escribiera el Padre Claudio, el cual había tomado a su cargo la tarea de hacer conocer al mundo las notables experiencias de la monja. A ésta no le importaba mayormente ser o no vindicada. A los cuarenta y tres años, mientras por segundo vez servía como asistente de la superiora, cayó enferma y, empeorando rápidamente, recibió los últimos sacramentos mientras murmuraba : «Sólo necesito a Dios y perderme en el corazón de Jesús.» Aunque la devoción del Sagrado Corazón de Jesús se practicaba antes de esa época, ganó entonces tremendo ímpetu gracias a la obra del Padre Juan Eudes y a los escritos del Padre Claudio. El Sagrado Corazón se consideraba como «el símbolo de ese amor sin límites que impulsó al Verbo a hacerse carne, a instituir la Santa Eucaristía, a tomar sobre Él nuestros pecados y, muriendo en la Cruz, ofrecerse como víctima y sacrificio al Padre eterno». Ese culto se popularizó primeramente en Francia, se extendió luego a Polonia y otros países, incluyendo a los Estados Unidos en una época posterior. La primera petición a la Santa Sede para la institución de la fiesta fue la que hizo la reina María, consorte de Jaime II de Inglaterra. El mes de junio se ha señalado para esta devoción y desde 1929 la fiesta es una de las mayores de la Iglesia. La canonización de Bernadette en 1933 fue la culminación de un proceso que comenzara casi tres cuartos de siglo antes; es, por ello, una santa de nuestros tiempos, y los hechos notables de su vida son conocidos de todos. Su historia interesa incluso a aquellos que no comparten la fe católica. El cristianismo comenzó entre la gente humilde, sin influencias ni riquezas, como Bernadette. Quizá sea un instinto natural humano regocijarse cuando los humildes son elevados, especialmente cuando una niña, descuidada y sin educación, es escogida para gracias y favores especiales, y se convierte así en instrumento de la bondad.

Nacida en Lourdes, Francia, el día 7 de enero de 1844. Bernadette fue la primera hija de Francisco y Luisa Soubirous. En la época de su nacimiento, Francisco era molinero que trabajaba en un molino que había pertenecido a la familia de su esposa. Era hombre de buen carácter con muy poca capacidad para los negocios, y a los pocos años, el molino quedó confiscado por deudas. Durante la mayor parte de la infancia de Bernadette el padre estuvo sin trabajo, laborando de tarde en tarde, cuando se ofrecía alguna oportunidad, y escapando a problemas y responsabilidades mediante el alcohol. Su esposa e hijos, naturalmente, eran las principales víctimas de ese estado de cosas. Luisa, cuya familia se hallaba en posición algo mejor que la de su esposo, era una buena trabajadora, cordial vecina y ejemplar en su observancia de los ritos católicos. En pocos años tuvo muchos hijos, de los cuales únicamente cinco sobrevivieron. Después de Bernadette nació otra niña, Toinette Marie, y tres niños. Para alimentarlos y vestirlos, su fatigada madre solía salir a trabajar durante el día, lavando ropa y realizando otros menesteres al servicio de los ciudadanos más prósperos, y en una ocasión también ayudó a recolectar una cosecha de trigo. Una campesina de la región recordaría más tarde haber visto a Bernadette, entonces de unes doce años de edad, llevando al más pequeño de sus hermanos, a Luisa, para que su madre la amamantara durante la pausa que a mediodía solían hacer los campesinos. De niña, Bernadette no sólo hizo más de lo que podía esperarse de ella en el cuidado de sus hermanitos, sino que también ayudó en su educación moral y religiosa.

Bernadette no fue nunca de fuerte constitución y desde los seis años mostró síntomas de dolencias pulmonares que luego iban a hacerse crónicas. No se sabe a ciencia cierta si era asma o tuberculosis la enfermedad que padecía a tan tierna edad, pero sabemos que su madre estaba preocupada por su salud y que hizo verdaderos esfuerzos por procurar a la niña alimentos especiales. Cuando Bernadette llegó a los trece años fue enviada al pueblecillo montañés de Bartrés, en donde vivía Marie Arevant, nodriza de la niña. En ese mismo lugar habían llevado a Bernadette mientras aun era lactante, para que la señora Arevant la alimentara, ya que ella acababa de perder a su hijo. Ahora aquella mujer tenía una familia numerosa y la pequeña Bernadette fue de gran utilidad tanto en la casa como en el campo. Uno de sus deberes era cuidar de un pequeño rebaño de ovejas que pastaba en la ladera de la vecina montaña; es esta fase breve de su infancia la que ha inspirado a tantos artistas que la han pintado como pastora. Su vida era solitaria y tenemos la impresión de que se hallaba fatigada y llena de añoranza por su hogar mientras permaneció en aquella casa campesina. A cada oportunidd mandaba decir a sus padres que deseaba irse de Bartrés. Por entonces una cosa le preocupaba mucho, y era que aún no había tomado su primera comunión, aunque todavía no tenía cumplidos los catorce años. Su nodriza había procurado cordialmente prepararla para este acontecimiento, pero, después de un par de sesiones, se impacientó y dejó aquel asunto de lado asegurando que la niña era demasiado perezosa para aprender.

Cuando Bernadette regresó a Lourdes se sintió muy feliz al ser admitida en la escuela que dirigían las Hermanas de la Caridad y Enseñanza cristiana. Era ésta una orden dedicada a enseñar y albergar, que tenía la casa principal en Meyers, una escuela y una casa de pupilos, y las monjas aquellas tenían una preparación poco corriente. Así Bernadette dio comienzo a su educación y bajo el abad Pomian continuó preparándose para la primera comunión. También aprendía algo de francés, ya que, hasta entonces, únicamente hablaba su dialecto local. Las monjas descubrieron que bajo aquella apariencia serena y modesta se escondía una encantadora personalidad y un vivo sentido del humor. Seguramente esa época fue para la niña feliz y constructiva y sólo la ensombreció la pobreza cada vez mayor de su hogar.

Después de trasladarse de una casa a otra, cada vez más pobre, los Soubirous vivían ahora en una sola habitación en una casa arruinada de la calle de Petits Fosses; ese lugar húmedo e insalubre había servido durante un tiempo de cárcel y se le conocía como Le Cachot, es decir, el calabozo. Por encima corría la antigua fortaleza, y la estrecha calle empedrada había formado parte del foso. La ciudad de Lourdes es antiquísima y está situada en una de las regiones más pintorescas de Francia, en el extremo sudoeste, cerca de la frontera española, allí en donde los Pirineos se elevan majestuosos sobre la llanura. Desde aquellas cumbres boscosas descienden varios valles que convergen en ese lugar, el pequeño río Gave corre atravesando el pueblo y su corriente turbulenta mueve las ruedas de muchos molinos. Hay lugares rocosos dentro y en torno a Lourdes; el más famoso es el Massabeille, gran mole que se alza en la base de una meseta. Sobre el lado que da al río tiene una abertura en forma de arco que conduce a una gruta de regular tamaño, gruta que estaba destinada a ser famosa en todo el mundo. En esos tiempos, el Massabeille tenía, si no una fama endiablada, sí un aura siniestra. Según la leyenda, había sido un lugar sagrado para los paganos de tiempos antiguos, y ahora servía de cobijo a pescadores y pastores sorprendidos por tormentas repentinas.

Hacía mucho frío el día 11 de febrero de 1858, fecha que marcaría el principio de tan extraordinaria serie *de sucesos en la roca de Massabeille. Al regresar Bernadette de la escuela obtuvo permiso de su madre para ir cerca del río y recoger leña seca. Toinette Marie, de nueve años por entonces, y Marie Abadie, de doce, que era hija de unos vecinos, la acompañaron. Cuando las tres niñas llegaron a Massabeille, las dos más jóvenes se quitaron los zuecos para vadear un arroyuelo de aguas heladas que en este lugar se une al río. Bernadette, más sensible, se quedó atrás, y allí, sola, junto al río, comenzaba a quitarse las medias cuando oyó un rumor, como el de una ráfaga de viento. Alzando la vista hacia la gruta percibio cierto movimiento entre las ramas y vio que sobre la entrada flotaba una nube dorada, en medio de la cual estaba una bellísima joven que fue a colocarse en un pequeño nicho que había en la roca, a un lado de la entrada y hacia arriba. En las grietas de la roca crecían arbustos y hiedras y había también un agabanzo de flores blancas. Bernadette miraba todo aquello fascinada y pudo ver que aquella luminosa aparición estaba ves tida con una suave túnica blanca, con una ancha banda azul y un largo velo blanco que, en parte, cubría sus cabellos. Sus ojos eran azules y dulces. A sus pies brillaban rosas de oro. Cuando la visión sonrió e hizo señas a Bernadette, el miedo
de la niña desapareció y se acercó unos pasos, hincándose luego de rodillas. Bernadette sacó el rosario que llevaba en el bolsillo, pues en los momentos de angustia solía rezarlo. El misterioso ser también tenía un rosario de grandes cuentas blancas y, para decirlo con las propias palabras de Bernadette: «La Señora me dejó rezar sola; pasaba las cuentas de su rosario entre sus dedos, pero no decía nada; únicamente, al acabar cada década, decía Gloria conmigo.» Cuando el rosario terminó, la Señora desapareció dentro de la gruta y, con ella, desapareció también la nube dorada. Esta experiencia afectó tan intensamente a Bernadette que, cuando las otras dos niñas regresaron a buscarla, la hallaron aún arrodillada con una expresión de trance en el rostro. Las niñas la regañaron, pensando que había pasado el rato rezando para evitarse la tarea de recoger leña; luego, reuniendo las ramas en haces, regresaron todas a su casa. Demasiado conmovida por la visión que había tenido para guardar silencio acerca de ella, Bernadette contó a las otras lo que le había sucedido, no bien caminaron unos pasos, y pidió a las niñas que no dijeran nada en la casa. Pero Toinette se lo contó a la señora Soubirous aquella misma noche y pronto la noticia se extendió por el pueblo. Bernadette deseaba volver a Massabeille al día siguiente, pero su madre, después de hablar de lo sucedido con una hermana suya, le negó el permiso. Fue entonces cuando Bernadette dio muestras de aquella independencia de espíritu, que algunos calificarían de obstinación, que constituiría uno de sus rasgos más acusados. Cuando habló a su confesor, el abate Pomián, acerca de aquella aparición, el sacerdote no lo tomó en serio, pensando que la niña sufría alucinaciones. Sin embargo, al domingo siguiente Bernadette pidió permiso para volver a la gruta y su padre se lo dio con la condición de que llevara consigo un pomo de agua bendita para exorcizar a la aparición en el caso de que fuera un demonio. Bernadette, avanzando a la cabeza de algunas pequeñas amigas que la acompañaban, se arrodilló ante la gruta y la visión no tardó en aparecer como la vez pasada. A su regreso, las excitadas niñas, aunque nada habían visto, comenzaron a contar sus versiones del asunto, y todo el pueblo hirvió pronto con los rumores y relatos de la aparición. Al siguiente día de mercado, los campesinos que acudieron se enteraron también de los extraños sucesos. La historia llegó a oídos de la madre superiora del convento, la cual decidió actar con firmeza : declaró a la clase, que se preparaba para hacer la primera comunión, incluyendo a Bernadette y a sus amigas, que debían dejar de hablar y pensar en aquel asunto. I.a maestra de Bernadette, Hermana María Teresa Vauxous, se mostró aún más hostil.

La aparición se manifestó a Bernadette por tercera vez el 18 de febrero, cuando acudió a la gruta acompañada por dos mujeres de Lourdes, las cuales creían que la damiezelo, como Bernadette la llamaba, era el espíritu de una joven que en vida fuera muy amiga suya y que había muerto meses antes. En esa ocasión, la misma pequeña figura se apareció a Bernadette, sonriéndole y diciéndole que acudiera a la gruta a diario, durante quince días seguidos. Bernadette lo prometió así, siempre y cuando obtuviera el permiso de hacerlo. Como ni su madrina, que era hermana de su madre, ni el sacerdote, hicieron objeción a ello, los padres de Bernadette tampoco se negaron. Al día siguiente, su madre y su tía la acompañaron, y en las visitas subsiguientes, grandes muchedumbres acudieron al Massabeille o a las orillas del río esperando ver u oír algo milagroso. Durante aquellas dos semanas, la excitación aumentó de tal forma que las autoridades civiles creyeron conveniente tomar parte en el asunto. La policía no se contentó con amenazar a la familia Soubirous, sino que llevaron a Bernadette al cuartel de la policía de la localidad para interrogarla' procurar hacerle admitir que todo aquello era una patraña elaborada. Bernadette salió de esa prueba y de otras varias algo turbada, pero firme. Las autoridades continuaron procurando su descrédito. Incluso llegaron a hacer correr la versión de que todo había sido tramado por sus pobres padres, para ver si podían sacar algún provecho de todo aquello. Francisco y Luisa Soubirous habían pasado de la perplejidad, preocupación e incertidumbre que al principio sentían a creer sinceramente en el carácter sobrenatural de las experiencias por las que pasaba su hija, y la apoyaban lealmente. Nunca soñaron en explotar aquel asunto para su propio provecho. En realidad, gente piadosa y acomodada les ofrecía dinero o comida, solicitando algunas veces un recuerdo de Bernadette, pero todas esas dádivas fueron declinadas y hasta se prohibió a los pequeños hermanos de Bernadette que aceptasen nada. La propia muchacha estaba bien determinada a no tener intervención alguna en cualquier clase de comercio; su honradez y desinterés han quedado clara e indudablemente demostrados. No obstante, aquella súbita notoriedad le desagradaba y su sensibilidad antJ el hecho de ser observada y señalada iba a durar toda su vida. La gente comenzó a acudir a la gruta para esperarla y se decía que poseía el don de sanar con sus manos. Varias curaciones le fueron atribuidas.

El domingo 21 de febrero buen número de personas la acompañaron a la gruta, incluyendo ciudadanos que se habían mostrado escépticos ante aquella historia. En esa ocasión, según Bernadette contó luego, la aparicion le dijo: «Rezarás a Dios por los pecadores.» El 26 de febrero, mientras se hallaba sumida en aquel estado de trance que duraba mientras veía la visión, Bernadette se arrastró dentro de la gruta y, a petición de la Señora, descubrió con sus propias manos un pequeño lugar en donde goteaba agua y, siempre siguiendo lo que la aparición le decía, bebió de ella y lavó su rostro. Ese diminuto manantial continuó fluyendo y al día siguiente corría ya hacia el río. Hasta la fecha no ha cesado de fluir del interior de la gruta. La gente vio como un milagro el descubrimiento que Bernadette hiciera del arroyuelo dentro de la gruta.

El 2 de marzo Bernadette vio la aparición por décimotercera vez. Fue entonces cuando la Señora le dijo a Bernadette que dijera a los sacerdotes que «una capilla debería construirse y una procesión formarse». Bernadette sólo pensaba en obedecer, a pesar de la franca hostilidad del párroco de Lourdes. El deán Peyramale, hombre imponente de excelente familia, recibió a Bernadette y la reconvino con rigor, diciéndole que debía preguntar el nombre a su visitante, así como que debía realizar un verdadero milagro, como, por ejemplo, hacer florecer el agabanzo fuera de estación, para dar una prueba. Durante las semanas anteriores, el deán había ordenado a los sacerdotes que no se mezclaran en el asunto de la gruta, ya que era práctica general del clero desalentar o ignorar a los visionarios religiosos. Frecuentemente, esas personas eran enfermos mentales que sufrían alucinaciones. De hecho, las experiencias de Bernadette eran contagiosas, y al poco tiempo muchas personas aseguraban tener visiones sobrenaturales en la gruta y en otros lugares. La firme oposición del deán Peyramale se basaba en la necesidad de devolver el orden a la parroquia.

El 25 de marzo, día de Nuestra Señora, Bernadette se dirigió a la gruta al amanecer. Cuando la visión se le apareció, Bernadette le dijo : «¿No me diréis gentilmente quién sois?» Cuando la niña repitió la pregunta por tres veces la Señora replicó : «Soy la Inmaculada Concepción. Quiero una capilla aquí.» Cuando Bernadette repitió esa respuesta originó que la excitación general subiera de punto y cundió la idea de que la visitante de Bernadette era la propia Virgen. Solamente hacía cuatro años que el dogma de la Inmaculada Concepción se había promulgado.

La décimoséptima aparición tuvo lugar el día 7 de abril y la última, más de tres meses después, el 16 de julio. Por entonces la gruta, que la gente quería convertir en santuario y lugar de adoración, había sido obstruida por las autoridades locales para evitar que los creyentes y los curiosos se congregaran allí. Durante los veintiún años que permanecería en este mundo Bernadette no volvió a ver la aparición. Los relatos de lo que había visto y oído, que tantas veces fue obligada a repetir, no variaron nunca en ningún detalle significativo.

Mientras tanto las noticias de tan extraños sucesos de Lourdes habían llegado hasta los más altos círculos eclesiásticos y gubernamentales : el obispo, el prefecto, incluso el emperador Napoleón III y su piadosa esposa Eugenia, se convirtieron en actores del drama. El 5 de octubre el alcalde de Lourdes, siguiendo órdenes superiores, mandó que la gruta volviera a abrirse. Se creía que la propia emperatriz se hallaba en el origen de esa decisión. En cualquier caso, era la única respuesta apropiada a la vez más intensa demanda de la gente para que se erigiera allí un santuario. Las visiones de Bernadette, el nuevo manantial y las curaciones que empezaban a rumorearse habían hecho mella en la imaginación popular.

Debido a una suerte favorable, la familia Bernadette se había situado algo mejor, y para escapar a los visitantes, Bernadette fue a vivir en un convento. Aun allí se permitieron intrusiones, las cuales sufrió con toda la paciencia que pudo reunir. Mientras su fama no sólo continuaba, sino que aumentaba Bernadette se retiró cada vez más. A los veinte años decidió tomar el velo. Como su estado de salud le negaba las órdenes más ascéticas, se pensó que lo mejor para ella sería unirse a las hermanas que la habían enseñado y albergado. Por ello, a los veintidós años hizo el viaje hasta la casa matriz del convento. Su noviciado estuvo lleno de pruebas y aflicciones. Actuando bajo la idea infundada de que las visiones de Bernadette, así como toda aquella publicidad que despertara, podían ser causa de vanidad u orgullo, la hermana María Teresa Vauzous, por entonces directora de las novicias en Nevers, fue muy severa con su antigua alumna. Aunque le hizo la vida amarga a Bernadette, ésta procuró sufrir todas las pruebas con profunda humillación. Con alegría realizaba las tareas domésticas que le habían asignado, al principio en la cocina del convento, aunque ese trabajo debió debilitar sus fuerzas. Más tarde, cuando se dieron cuenta de que su simpático carácter la hacía favorita de las personas enfermas, fue nombrada asistente enfermera. Su paso y tacto eran suaves y su sola presencia producía alivio. Pero durante esos años Bernadette sufría la enfermedad crónica que poco a poco roía su vida. Finalmente le asignaron trabajo en la sacristía, en donde sus finas labores de aguja fueron muy admiradas. Tenía un verdadero don en el dibujo y colorido al bordar las ropas talares. En todas las tareas ponía su pura gracia de espíritu y un ferviente deseo de servir.

En el mes de septiembre de 1878, Bernadette hizo sus votos perpetuos y decisivos. Su fuerza estaba exhausta, pero aunque estuviera confinada en la cama o en la silla de ruedas continuaba con sus labores de aguja. Y ahora tenía más tiempo para rezar y meditar. Muy pocos son los hechos que suceden en la vida de una monja, pero en el caso de Bernadette siempre había actividad y continuo desarrollo en las cosas del espíritu. Su visión le había dicho que no alcanzaría la felicidad en este mundo. Su infancia había sido triste y su edad adulta no la había liberado de la carga que debía llevar. Durante los dos ultimos años de su vida se desarrolló un tumor en su rodilla que sería seguido por caries del hueso. Los dolores que sufrió fueron intensos. Cierto día, cuando una superiora la visitaba y la reprendió diciendo : «¿Qué haces en la cama, pequeña perezosa?», Bernadette le replicó sencillamente: «Cumplo con mi sino. Debo ser una víctima.» Sentía que ése era el propósito divino.

Las monjas, la directora de las novicias y la superiora hacía ya tiempo que la consideraban como receptora de la gracia divina y creían en la realidad de aquellas apariciones de su juventud. Bernadette sufría todavía la curiosidad de los extraños. No solamente monjas y sacerdotes acudían a Nevers, sino también celebridades de París y de otras partes de Francia llegaban a ver con sus propios ojos a la famosa Bernadette. A ella le desagradaba la publicidad, pero tampoco quería permanecer aislada y distante si la vista de su persona podía ayudar o inspirar a otras almas, de modo que también sufrió esta prueba en ocasiones con cierta agudeza mental. Cierta vez un visitante la detuvo mientras caminaba por un pasillo y le preguntó dónde podría ver a la Hermana Bernadette. «Sólo tiene que mirar esa puerta y en seguida la verá usted pasar» y, diciendo esto, desapareció por ella. El prestigio de su presencia era tan grande que muchas jóvenes entraron en el convento alentadas por él.

En su lecho de muerte, en un espasmo de dolor, Bernadette abrazó el crucifijo y murmuró : «;Todo es bueno por el Cielo!» Esa tarde, mientras las monjas del convento permanecían arrodilladas alrededor de su cama repitiendo las oraciones para los agonizantes, la oyeron decir en voz muy baja : «¡ María Bendita, Madre de Dios, ora por mí!... pobre pecadora, pobre pecadora...» No pudo acabar lo que decía. Era el día 16 de abril de 1879. En cuanto se supo la noticia, la gente acudió en masa al convento diciendo : «¡Ha muerto la santa! ¡ Ha muerto la santa!» El cuerpo de Bernadette fue colocado en una caja que se selló y enterró cerca de la capilla de San José, en terrenos del convento. Cuando en 1908 fue exhumado por la comisión formada para revisar la vida y carácter de Bernadette, se halló intacto e incorrupto. En agosto de 1913 el Papa Pío X le confirió el título de venerable, y en junio de 1925 se llevó a cabo la ceremonia de beatificación. Desde entonces su cuerpo reposa en un hermoso relicario de cristal, en la capilla del convento, guardado por una estatua de la Virgen y por las monjas. El 8 de diciembre de 1933, fiesta de la Inmaculada Concepción, en la ciudad de Roma, Bernadette Soubirous fue admitida entre los santos, en medio de un escenario magnífico y con la fanfarria de trompetas de plata. Esta pequeña monja, humilde, iletrada, honrad3 y obediente, es venerada por la mayor parte de los católicos del mundo. Decenas de miles de ellos viajan anualmente para visitar el glorioso santuario de Lourdes.

La historia de Lourdes como lugar de peregrinación forma un extraordinario contraste con la retirada vida de oración y servicio de Bernadette. Su desarrollo, de una pequeña ciudad adormecida a su estado actual en el que se ha convertido en el lugar de peregrinación más popular de la cristiandad, ha sido un verdadero fenómeno. Se construyó el ferrocarril de Pau para facilitar así el aflujo de visitantes que, desde el primer año, acudió a Lourdes. El deán Peyramale y su superior, el obispo de Pau, quienes al principio habían dudado, llegaron a creer fervientemente. Fue el anciano deán quien halló el:dinero necesario para erigir la gran basílica de Nuestra Señora, que fue terminada en el año 1876. En la ceremonia participaron treinta y cinco prelados, un cardenal y tres mil sacerdotes. Otra iglesia, en la base de la basílica, fue construida y consagrada en 1901. Todo el distrito ha sido realzado por la arquitectura y el paisaje, que han hecho de él un magnífico santuario de gran belleza natural. En 1958 se erigió un nuevo y grandioso templo.

Respecto a las curaciones de Lourdes, puede decirse que incluso los incrédulos han observado algo que la ciencia médica no puede explicar. La comisión de médicos, conocida como Oficina de Constataciones, que examina las pruebas y da cuenta de sus hallazgos, opera con gran precaución y circunspección. La presunta curación debe ser inmediata y permanente para ser considerada como milagro. Las historias clínicas anteriores al peregrinaje son estudiadas, asi como las historias clínicas subsiguientes de los pacientes. El enfermo puede ser el propio testigo y es conmovedor oír las palabras : «Estaba enfermo y ahora estoy bien», que dan tanto consuelo a los que sufren. Solamente unas cuantas curaciones cada año pasan la prueba de tan rígido examen, pero esas pocas son suficientes. Los miles de inválidos, cojos y ciegos, continúan acudiendo para bañarse en las aguas del manantial, tomar parte en las procesiones, en los cantos, las oraciones, los impresionantes ritos, y respirar así el aire purísimo de la fe. El Cántico de Bernadette está en el aire, y hasta aquellas personas que van a Lourdes únicamente buscando una vivificación de su fe encuentran larga recompensa, pues el espíritu de la niña Bernadette sigue siendo una fuente de inspiración.

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