S. Pietro después del Pentecostés, repleto de Espíritu Santo, fue en todo sitio predicar que el tiempo de la salvación llegó y fue necesaria la fe en Jesús Cristo, para tener la vida eterna. Un día que el apóstol fue enseñando tales verdades en Antioquía a un número estrecho de personas, viò entre ellas un jovencito de bonita presencia, de inteligencia despertada y de corazón puro: se llamaba Apollinare. Cuando Pietro se encontró sólo, lo llamò parecido, y con modos paternales, ayudado por la gracia de Dios, acabó para conquistarlo totalmente a la fe.
Los padres del jovencito, todavía paganos, después de varias resistencias, abrieron las puertas a la gracia divina: no sólo se hicieron cristianos, pero le permitieron al hijo de seguir al apóstol. Y cuando S. Pietro partió para Roma, Apollinare, que había oido y gustado toda la belleza del apostolado cristiano, quiso seguirlo para difundir la verdadera, única, divina religión, la sola que pudiera hacer felices dándoles a los fieles un premio eterno.
A Roma esperò principalmente a instruirse y a aumentar el amor hacia las cosas celestes. Sus progresos fueron tan admirables que S. Pietro lo creyò digno de ser sacerdote y obispo de la Iglesia.
De Roma el San fue mandado en la diócesis de Rávena, porque con su celo sujetara aquella Iglesia que os fue formada ya y conquistara a la fe a los otros infieles. Y él trabajó incansablemente, con un celo digno de un apóstol de Cristo.
Pero las conversiones que él obró y los milagros que hizo le atrajeron los cóleras y la persecución de los paganos. Todo él soportó por amor de su Dios.
También le fue intimado de no predicar; ¿pero como él pudo contener el fuego ardiente de la verdad que le quemaba en el pecho?
Un día Apollinare curó a la mujer de un tribuno y luego la bautizó con el marido y todos aquellos de casa. Conocida tal cosa, el gobernador hizo parar el San y lo llevò en el templo de Júpiter: " Sacrifica, le impuso, si tienes querida la vida." "No, el amante de Cristo contestó, no quiero sacrificar: mejor sería el usar vuestro oro y plata a alivio de los pobres, en lugar de emplearlo para honrar demonios." Sintió tal respuesta a los paganos, por cuyo fue golpeado y dejado casi muerto.
Incluso ocurrió que otro día resucitara a una hija de cierto Rufo, patricio de Rávena, y que asombrados a tal hecho muchos se convirtieron. Entonces el mismo emperador dio orden al prefecto de obligar Apollinare a sacrificar a las divinidades, y en caso de rechazo, de desterrarlo. Rechazó en efecto el San, y por este, después de haber sido golpeado cruelmente, fue hecho embarcar por el destierro. Pero a causa de una tempesta el canal naufragó. Apollinare y dos soldados que luego tuvieron el Bautismo pudieron salvarse.
Nuestro San volvió después a Rávena, donde ejecutó otros prodigios y nuevas conversiones: pero no pudiendo él más soportar, los paganos cogieron al santo Obispo y lo golpearon de modo tan bárbaro que exhaló después de siete días de retortijón por las llagas indicadas. Fue el año 70 después de Cristo.
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