Nacido en Bagnorea (Italia) en 1218 y muerto en Lyon el 14 de julio de 1274.
Es uno de los tres grandes doctores de la escolástica, junto a Duns Escoto y Tomás de Aquino. Asimismo, se le considera uno de los mayores autores de espiritualidad de todos los tiempos. Ingresó en la Orden franciscana hacia 1243. Lo vemos enseñando en París de 1248 a 1257 y, de 1257 a 1273, es maestre general de la Orden. Como tal, hizo prevalecer una interpretación suavizada de la regla primitiva de san Francisco, de acuerdo con los deseos de los papas y de la mayoría de los hermanos. En 1265, renunció a ser arzobispo de York, pero ocho años después tuvo que aceptar el cardenalato para representar a Gregorio X en el Concilio de Lyon ante el patriarca y el emperador de Constantinopla. Se trataba de reconciliar las Iglesias griega y romana, algo por lo que Buenaventura trabajó con ahínco durante mucho tiempo. La reunión de las dos Iglesias no debía durar más de un año y fue sellada el 6 de julio de 1274. Buenaventura murió ocho horas más tarde. Hecho único en la historia del papado: Gregorio X pidió a todos los sacerdotes de la cristiandad que celebraran una misa por su alma.
Los que prefieran leer y meditar el Evangelio a estudiar mucha teología, pueden aducir la autoridad de san Buenaventura. En cierta ocasión el hermano Egidio (23 de abril) le preguntó: ?¿Es verdad que un iletrado como yo puede amar tanto a Dios como un sabio como tú?». A lo que Buenaventura replicó: «No sólo tanto, sino mucho más, querido hermano. Conozco muchos campesinos que podrían adelantar en esto a los teólogos más esclarecidos».
MARTIROLOGIO ROMANO. Memoria de la inhumación de san Buenaventura, obispo de Albano y doctor de la Iglesia, celebérrimo por su doctrina, por la santidad de su vida y por las preclaras obras que realizó en favor de la Iglesia. Como ministro general rigió con gran prudencia la Orden de los Hermanos Menores, siendo siempre fiel al espíritu de san Francisco y en sus numerosos escritos unió suma erudición y piedad ardiente. Cuando estaba prestando un gran servicio al II Concilio Ecuménico de Lyon, mereció pasar a la visión beatífica de Dios (1274).
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