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San Ignacio de Antioquía

San Ignacio de Antioquía
autor Anonimo año XVII sec título Martirio di Sant'Ignazio di Antiochia
nombre: San Ignacio de Antioquía
título: Obispo y mártir
recurrencia: 17 de octubre




Ignacio de Antioquía, también llamado Teóforo, que en griego quiere decir «Sustentador de Dios», fue probablemente un converso y discípulo de San Juan Evangelista. Nada sabemos de los primeros años de su vida. El historiador de la Iglesia Eusebio, en el siglo iv, nos dice que los apóstoles Pedro y Pablo, que implantaron la fe en Antioquía, dejaron instrucciones según las cuales Ignacio debía suceder a Evodio como obispo de aquella ciudad; más adelante asegura que Ignacio retuvo el cargo durante cuarenta años, dando muestras de ser un pastor ejemplar en todos los sentidos. Durante la persecución del emperador Domiciano, cuyo reino abarca el período de los años 81 al 96, Ignacio mantuvo el valor del rebaño mediante la prédica diaria, la oración y el ayuno. Después de la muerte de Domiciano cesaron las persecuciones en los quince meses que duró el reinado de Nerva; luego, en el reinado de Trajano, tenemos noticias de buen número de mártires, si bien no hubo persecución general. En una interesante carta a Plinio el Joven, entonces gobernador de la provincia de Bitinia, en el Mar Negro, Trajano sienta el principio de que los cristianos deben ser muertos cuando así se confiesen formalmente, y de no ser así no deben castigarse. El emperador era muy humano, pero, sin embargo, la gratitud que él creía deber a sus propios dioses paganos por las victorias obtenidas sobre los dacios y los escitas le llevó más tarde a autorizar la pena de muerte para aquellos cristianos que rehusaban reconocer esas divinidades públicamente.

Hay una leyenda que nos dice que el propio emperador Trajano, quien pasó el invierno del año 115 en Antioquía, examinó al anciano obispo Ignacio con preguntas como las que siguen:

«¿Quién eres tú, espíritu del mal, que osas desobedecer mis órdenes y que incitas a los demás para su propia destrucción?
»?Nadie puede llamar a Teóforo espíritu del ma ?le replicó el obispo.
»?¿Quién es Teóforo? »?Aquel que sostiene a Dios en su interior.
»?¿Y nosotros, no sustentamos dentro de nosotn s a los dioses que nos han ayudado en contra de nuestros enemigos?
»?Yerras cuando llamas dioses a los que no son más que diablos. No hay más que un solo Dios, quien creó el cielo y la tierra y todo lo que en ellos hay; y un solo Jesús, hecho Cristo, en cuyo reino deseo ávidamente ser admitido. »?¿Aludes a Aquel que fue crucificado bajo Poncio 'Hatos? »?Sí, al mismo que con Su muerte crucificó a un 'empo el pecado y su autor y que ha proclamado que toda u alicia del diablo será pisoteada por aquéllos que llevan a Él en sus corazones.
»?Así, pues ?preguntó el emperador?, ¿tú llevas a Cristo contigo?
»?Sí ?dijo Ignacio?, pues está escrito : Anidaré en ellos y con ellos caminaré.»

Según la leyenda, Trajano ordenó la muerte de Ignacio. Este fue aprisionado y escoltado hasta Roma, en donde debía ser devorado por las fieras en el Coliseo. De aquí en adelante nos encontramos en terreno seguro, históricamente hablando. Tenemos las propias cartas de Ignacio, siete de las cuáles aún existentes, que nos cuentan la historia. En el puerto de Seleucia abordaron un barco que hizo muchas paradas a lo largo de la costa de Asia Menor, en vez de ir directamente a Roma. Algunos de los amigos de Ignacio emprendieron el camino directamente hacia el Oeste y llegaron a Roma antes que él, esperando allí su llegada. Durante buena parte del viaje tuvo por compañeros a un diácono, Filo, y a un amigo, Agathopus, supuestos autores del relato de su martirio. A bordo del barco, Ignacio estaba custodiado por diez soldados tan brutales que nos habla de ellos como los «diez leopardos» y añade que todavía se volvían peores cuando se les trataba amablemente.

Allí donde el barco hacía escala, los cristianos de la localidad mandaban obispos y sacerdotes al encuentro del venerable obispo y la multitud se reunía para recibir la bendición de aquél que ya era reverenciado como un mártir.

En Esmirna, Ignacio se encontró con su antiscuo discípulo el obispo Policarpo 1 y llegaron delegaciones desde Efcso, Magnesia y Tralles, tres antiguas ciudades de Asia Menor que tenían colonias cristianas. Ignacio escribió cartas que debían llevarse a esas varias iglesias, y en ellas exhortaba a sus miembros a mantener la armonía con sus obispos y clero, a reunirse a menudo en oración, a ser dulces humildes y a sufrir las injurias sin protestar. Les alaba por su real celo contra la herejía y en particular les pone en guardia contra la doctrina docética.

Una de sus siete cartas existentes se dirige a los cristianos de Roma, a los cuales ruega apasionadamente que no hagan nada para evitar su martirio. En esa época la cristiandad tenía cierto número de conversos influyentes y algunas de estas personas hubieran podido conseguir que su sentencia fuera mitigada. El autor satírico contemporáneo y pagano Luciano, quien casi de seguro se hallaba familiarizado con las cartas y vida de Ignacio, nos aporta su testimonio en su diálogo La muerte de Peregrinus en lo que hace referencia a la devoción de los cristianos entre sí. Esta obra suya es una interesante ilustración de la actitud que asumía un griego culto y escéptico frente a la nueva religión.

Los guardianes estaban ansiosos por llegar a Roma con su prisionero antes de que finalizaran los grandes juegos públicos, ya que las víctimas de aspecto venerable siempre constituían una gran atracción. En Troas, en donde el barco hizo escala, Ignacio escribió cartas a los filadelfos,3 a los esmirnos y a Policarpo. Desde Troas, según nos dicen, el barco hizo velas hacia el puerto macedonio de Neápolis y de allí a Filipa. El pequeño grupo cruzó Macedonia y el Epiro a pie y embarcó para el viaje en torno a Italia. Estos detalles, junto con el relato de la llegada a Roma, se encuentran en las Actas de los Mártires; 4 pero, aun así, pueden ponerse en duda. Nos dicen que al acercarse el santo a Roma, los creyentes salieron a recibirle, alegrándose con su presencia, pero doliéndose de su próxima pérdida. Él les advirtió que no hiciesen nada para obtener su liberación. De acuerdo con la tradición, llegó a Roma el 20 de diciembre, último día de los juegos, y en seguida se le llevó ante el prefecto al cual se había entregado la carta del emperador. Por orden del prefecto se llevó apresuradamente al prisionero al Coliseo, donde soltaron dos fieros leones que mataron a Ignacio en seguida. De este modo sus ruegos por obtener una muerte de mártir fueron atendidos.

Hay pruebas de que parte de los restos del mártir fueron llevados a Antioquía y allí venerados. Cuando San Jerónimo visitó Antioquía, unos trescientos años más tarde, escribió que dichas reliquias habían sido llevadas «a un cementerio, pasada la puerta de Dafne». Se cree que en el, año 637 volvieron a llevarse a Roma para que descansaran en la iglesia de San Clemente. Por el antiguo martirologio siríaco sabemos que la fiesta del mártir se celebró en el Este el día 17 de octubre. San Juan Crisóstomo,5 obispo de Constantinopla en el siglo iv, predicó un panegírico famoso de Ignacio, pero, aun entonces, ya la leyenda se había mezclado a la historia y suponía que el propio apóstol San Pedro había sido quien propusiera la silla episcopal a Ignacio. Más tarde, toda una correspondencia se fabricó, incluyendo cartas que se habían cruzado entre Ignacio y la Virgen María, cuando ella aún moraba en la tierra, después de la Ascensión de Jesús.

Contrastando con estos elementos legendarios y ficticios, las siete cartas más arriba mencionadas como habiendo sido escritas por Ignacio durante su viaje a Roma, que han llegado completas hasta nosotros, han sido aceptadas como absolutamente auténticas por los modernos estudiosos. Su gran importancia estriba en la luz que arrojan sobre la organización, creencias y prácticas de la Iglesia Cristiana, unos ochenta y cinco años después de la muerte de Cristo. Ignacio es el primero, aparte de los escritores del Nuevo Testamento, en dar importancia al Nacimiento de una Virgen. A los efesios les escribe: «Y para el príncipe de este mundo fue apartada la virginidad de María y su preñez y, asimismo, también la muerte del Señor.»

También presupone la doctrina de la Trinidad y en él observamos una afinidad con ciertas definiciones más tardías de la naturaleza de Cristo cuando en la misma carta leemos : «Hay un doctor de la carne y del espíritu, engendrado y no engendrado, Dios hecho hombre, verdadera vida en muerte, hijo de María e hijo de Dios, primero sufriente y luego más allá del sufrimiento, Jesucristo nuestro Señor.» No menos notables son las frases que emplea para describir la Eucaristía. Es «la carne de Cristo». «el don de Dios» «la medicina narra la inmortalidad». Repetidamente hace hincapié en la lealtad y obediencia debidas al obispo en tanto que transmisor de la verdadera tradición apostólica, así como en la necesidad de unidad y paz. Por último, es en una carta suya dirigida a la iglesia de Esmirna en donde por vez primera en la literatura cristiana se habla de «la Iglesia Católica». «Allí donde el obispo aparece ?escribe? debe estar la gente, así como allí donde esté el Cristo está la Iglesia Católica.»

El martirio de Ignacio y su importante contribución al desarrollo de la doctrina de la Iglesia han hecho que su nombre exista en el Canon de la Misa.

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