Nació en Benevento (Italia). Fue un buen estudiante de medicina. Logró la plaza de médico en Nápoles, y se entregó a su oficio con todo ahínco.
A la vez que curaba los cuerpos, se preocupaba también de las almas. Era un hombre de una gran humanidad. Muchas veces se privó de su propio alimento para dárselo a los pobres que llegaban a su puerta.
Su caridad fue patente en la erupción del Vesubio (1906), en la peste del cólera (1911) y con los soldados heridos en la primera guerra mundial (191-418).
Tomó parte en varios congresos internacionales de medicina: Budapest (1911) y Edimburgo (1923). Publicó diversos estudios de su profesión.
Bastaba que un cliente le dijera que era pobre, para que inmediatamente la consulta le saliera gratis. Ponía el corazón en lo que hacía. Es gloria de la medicina y ejemplo de los médicos católicos de nuestos días.
Alguien le preguntó por qué no se hacía sacerdote. El dijo que el Señor lo quería laico cristiano. "Este es mi sacerdocio" —dijo.
En 1987 Juan Pablo II le nombró santo. Fue en el mes de octubre, mientras se estaba celebrando el Sínodo de los laicos.
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