Nació en Rávena (Italia) en 1007; murió en Faenza (íd.) el 22 de febrero de 1072.
Entró con veintiocho años en la Orden camaldulense, y ocho años después llegó a ser abad de la casa madre de Fonte Avellano. Era el benjamín de una familia numerosa y muy pobre. De niño pasó hambre y tuvo que cuidar cerdos antes de comenzar a estudiar. Nos dejó cerca de doscientas cartas, tratados, sesenta opúsculos, relatos de vidas de los santos que conoció, sermones admirables y poemas. Escribía a los papas y a los antipapas, a los emperadores, a la emperatriz Inés, su hija espiritual, a los obispos y superiores de abadías, prodigando sus consejos a tiempo y a destiempo. Su Libro de Gomorra (1051), en el que se fustiga la incontinencia y la simonía de los clérigos, incluidos los de la curia romana, es sin duda la obra más escabrosa que haya salido de la pluma de un santo. Estuvo incluida en el Index hasta 1900.
Gracias a su fama de santidad y su talento, Pedro podía ser un cardenal bueno y útil. Pero cuanto más se le ofrecía el capelo menos lo quería. Acabó por aceptarlo bajo amenaza de excomunión. Desde entonces viajó como legado del papa presentando con insistencia su dimisión. Cansado de pelear con él, Alejandro II se la concedió, después de recordarle que si no era capaz de permanecer en su puesto, le auguraba cien años de purgatorio tras la muerte. Pedro prefirió los cien años de purgatorio papal y se apresuró a volver a la soledad de su escritorio en Fonte Avellano. Murió en Faenza, de vuelta de Rávena adonde había ido a ganar a sus conciudadanos, hasta entonces partidarios del antipapa, para el papa verdadero.
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