Quirico y Giulitta, fueron mártires del siglo IV. Un pequeño niño, de unos tres años, y su madre, una matrona de estirpe real, de Iconio (Konya) en Licaonia, región central de la actual Turquía.
Al estallido violento de la persecución de Diocleciano difundió la caza a los cristianos, querida por el gobernador Domiciano, Giulitta, viuda y pensando probablemente en la salvación de su hijo más que en sí misma, dejó su ciudad y sus posesiones, para descender juntos con dos siervas hacia Seleucia, en Isauria.
También aquí, el gobernador romano, Alejandro, mostraba que cumplía, con feroz los ordenes de persecución de los edictos imperiales. Por lo tanto, Giulitta consideró prudente continuar hacia Tarso, en la Cilicia. Pero inmediatamente la conducta y las actitudes de Giulitta fueron notadas y pronto fue asdenunciada como cristiana.
Precisamente en aquellos mismos días el gobernador de Isauria, Alejandro, recibió la misión especial de ir a Tarso, para hacer ejecutar allí también los edictos imperiales por causas desconocidas.
Giulitta, cuya reputación ya era conocida por Alejandro, fue detenida por su orden. Ella, no queriendo separarse de su hijo, se dejó traducir ante el implacable gobernador, sosteniendo en brazos al pequeño Quirico. Al ver a los gendarmes, las siervas huyeron asustadas observando desde lejos la suerte de la pobre Giulitta
Alessandro interrogó a la mujer durante mucho tiempo pero sólo obtuvo una respuesta: 'Yo soy cristiana'. Así se le ordenó sacrificar a los dioses, pero Giulitta se niegò. Alejandro se enojó tanto, que le arrancó a su hijo de los brazos y la torturó.
Narra la tradición que el tierno Quirico, oyendo a la madre que en medio de los tormentos gritaba 'Yo soy cristiana', repetía también él: 'Yo soy cristiano'.
Mientras tanto, el gobernador Alejandro, hizo quitar el niño a su madre, lo tenía sobre sus rodillas. Pero a pesar de los esfuerzos del gobernador para apartar los ojos del niño de mirar a su madre, el niño seguía mirando hacia ella y gritando 'Yo soy cristiano'. Alejandro, atraído también por la hermosura del niño, le acariciaba y se acercaba a él para besarlo; pero el niño lo repetía repetidamente y con los movimientos naturales y propios de su edad, se esforzaba por sustraerlo. Hasta que Alejandro, enojado y fuera de sí, por un arrebato de brutalidad, tomó por un pie al pequeño Quirico y, desde lo alto de la escalinata de mármol sobre la que estaba su asiento, lo tiró furioso al suelo, ante los ojos de su madre.
Al chocar con los escalones del tribunal, la víctima inocente se destrozó la cabeza, y todo el suelo de alrededor se empapó con su sangre. La madre, Giulitta, sin embargo, paralizada por el dolor, ante el fruto de su amor desgarrado por el suelo sobre las escaleras del despiadado gobernador, firme en la fe y hecha por gracia divina superior, logró, ante aquel desgarrador y espantoso espectáculo, a agradecer entre lágrimas al Señor por haber tomado el alma de su hijo en la gloria del Paraíso.
También ella, desollada y cubierta de alquitrán hirviente, fue condenada a la decapitación, y su cuerpo fue echado fuera de la ciudad con el de su hijo.
Al día siguiente, las dos siervas, detectaron los dos cuerpos durante la noche y los enterraron. Cuando, con el imperio de Constantino, llegó también para los cristianos la paz y la seguridad, una de las siervas, que había sobrevivido, pudo indicar a los fieles de Tarso el lugar donde habían sido recogidos los restos mortales del pequeño Quirico y de Giulitta y así comenzó, con la afirmación de la popularidad de su historia, la tierna devoción por los dos Santos Mártires.
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