Suele ubicarse su martirio en Catania (Sicilia) en el siglo III.
Vivía entonces en Sicilia un juez cruel y libidinoso llamado Quinciano, que había jurado seducir a una virgen joven y bella de nombre Águeda. Puesto que se le resistía, se aprovechó de su cargo y ordenó que la arrestaran por ser cristiana. Luego la entregó a una alcahueta para que tratase de convencerla de sus propósitos.
Habiendo fracasado la matrona, el sádico la hizo comparecer ante el tribunal. En una primera ocasión, como mantenía un firme rechazo, se le flageló hasta desangrarla. En la segunda, desgarraron su cuerpo con unas uñas de hierro y después le cortaron los senos. Entonces la virgen le dijo al monstruo: «Hombre cruel, ¿no te acuerdas de tu madre y de los pechos que te alimentaron, cuando me torturas de esta manera?». Devuelta al calabozo, Agueda recibió la visita de san Pedro quien la sanó de sus heridas. Conducida de nuevo al tribunal, la colocaron sobre brasas ardientes hasta que su cuerpo se consumió. Murió con un grito de alegría en los labios, agradeciendo a Dios que la llamara ante Él y la hubiese asistido en el combate. Así acaba la leyenda de santa Águeda. Los artistas la han representado a menudo llevando sus pechos en una bandeja. Su culto se extendió pronto a toda la Iglesia y su nombre se insertó en el Canon Romano.
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