Lucilla nació al alba de la era Cristiana, cuando quién llevó la luz de la nueva fe fue perseguido por los que la habrían querido apagar, convirtiendo el nombre de Lucia en el de Crepusca.
Sobre Santa Lucilla pero brilla solo la luz de su bonito nombre. De ella, Mártir, no se sabe nada preciso, o mejor se sabe solamente lo que la leyenda ha entretejido con hilos luminosos, pero puramente fantásticos.
Casi ciertamente fue el mismo nombre de Lucilla a sugerir la leyenda. Por tanto se cuenta de un tribuno romano, llamado Nemesio, que habría tenido un hijita nata ciega.
Él habría preguntado por la misma hija, al Papa Santo Stefano, no la luz física de los ojos pero aquel sobrenatural del alma, es decir el Bautismo.
A bautizar a quien que tomará el nombre de Lucilla es San Valentino patrón de los enamorados. Además de bautizar milagrosamente a la chica Valentino también logró donarle de nuevo la vista.
Padre y hija se habrían hecho así cristianos. Más bien, el Papa habría consagrado a diácono el padre de Lucilla. Pero la luz de la pequeña cristiana habría brillado poco en tierra, y se habría encendido en cambio en Cielo, después del martirio, occurido, del padre y de la hija, bajo el emperador Valeriano.
El Papa Santo Stefano habría hecho enterrar los dos cuerpos decapitados del padre y la hija en un lugar oculto, de dónde el Papa Sisto II los habría hecho exhumar, el 31 de octubre, para darles una más digna sepultura, a lo largo de la calle Appia.
La fiesta de hoy recordaría pues no el martirio de Nemesio y Lucilla pero el traslado de sus reliquias.
De la calle Appia, los cuerpos de los dos Mártires fueron en fin de nuevo exhumados por Gregorio IV y enterrados, con gran honor, en la diaconia de Santa Maria Nueva, junto con otros Mártires romanos.
También estos repetidos traslados parecen tener un sentido simbólico. La pequeña Lucia, es decir Lucilla, nata ciega e iluminada por la fe, habría sido más veces reconducidas a la luz del mundo, porque la chispa de su santidad señalara el itinerario triunfal del Cristianismo: " nacido al alba", tenido desde antes escondido, encaminado a lo largo de las calles consulares, y por fin afirmado sobre la tierra, con sus Iglesias, que se han convertído en muchas antorchas de caridad, encendidas sobre el mundo pagano, ya condenado al crepúsculo.
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