Deja la industria textil en Sallent, su ciudad natal, e ingresa en el seminario de Vis. Ordenado sacerdote, agiliza los trámites para ejercer de misionero, su salud le impidió profesar los votos en la Compañía de Jesús.
En su comarca natal predica en grandes y pequeños pueblos cuando era llamado padre Claret, y después de muchas predicaciones decide fundar la congregación de los Hijos del Inmaculado Corazón de María (padres claretianos). Dio todos los pasos para renunciar a la dignidad episcopal, hasta que el papa en persona le ordenó aceptar el nombramiento en 1850; como arzobispo de Santiago de Cuba, restaura el seminario, vitaliza el fervor religioso predicando y confesando él mismo por toda la diócesis durante seis años.
Fue llamado a Madrid como confesor de la reina Isabel II, prosigue sus viajes con austeridad, continúa con sus publicaciones ascéticas, dirige durante nueve años los estudios de El Escorial, asiste al Concilio Vaticano I, pero sus enemigos consiguen que se tenga que exiliar en Francia, donde moriría santamente en la abadía de Fontfroide, allí se había refugiado, hacia el año 1870.
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