Nació en Chipre y, al parecer, murió allí en el siglo I.
Fue uno de los primeros judíos en creer en la divinidad de Cristo. Los Apóstoles acogieron a su antiguo perseguidor, san Pablo, por la confianza que tenían en el testimonio de Bernabé (Hch 9, 27). Durante un año Pablo y él evangelizaron Antioquía con gran celo apostólico. Después emprendieron un viaje de tres o cuatro años, en el curso del cual implantaron el Evangelio en Chipre y en numerosas localidades de Asia Menor (Hch 13 y 14). De vuelta a Antioquía, los judeocristianos les reprocharon el haber abandonado los ritos de la antigua Ley. Entonces se dirigieron a Jerusalén y apelaron a los Apóstoles, quienes le dieron la razón (Hch 15, 1-35). Poco después surgieron desavenencias entre ellos que provocaron el fin de su colaboración. (Hch 15, 36-41). Cada uno siguió su propio camino. Bernabé regresó con los cristianos de Chipre. Según la tradición, murió mártir en la isla hacia el año 63.
¿Tenía un físico verdaderamente imponente? Eso dan a entender los Hechos de los Apóstoles, cuando leemos que fue confundido con el dios Zeus (Hch 14, 8-20). Eso ocurrió en Listra cuando Pablo puso en pie a un hombre que nunca había podido andar. Los espectadores del milagro creyeron que el hombre callado que estaba junto a Pablo era Zeus, y que el mismo Pablo era Hermes, dios de la elocuencia y portavoz habitual del rey de los dioses. De inmediato llegaron los sacerdotes paganos armados de pebeteros e incensarios para ofrecer un sacrificio a los dioses del Olimpo. Pero Zeus Bernabé y Pablo Hermes se apresuraron a insistir que eran simples criaturas; consiguieron, con dificultad disuadir a la multitud de ofrecerles sacrificios.
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