La primera cruzada había sido un éxito: no sólo había reabierto la ruta de los Santos Lugares a los peregrinos, sino que había permitido además fundar cuatro pequeños Estados cristianos en tierras del islam: Jerusalén, Antioquía, Éfeso y Trípoli. Sin embargo, desde 1144, la caída de Edesa muestra que los musulmanes eran capaces de volver a ganar a los francos lo que éstos habían tomado, incluida Jerusalén. Para prevenir el peligro se inició la segunda cruzada (1147-1149). Fue un desastre. De los doscientos mil hombres y mujeres que habían partido hacia Oriente, no volvieron más que algunos miles. Ernesto de Steisslingen fue de los que no volvieron.
En su juventud lo vemos ingresando en la abadía mixta de Zwiefalten (lago Constanza). Durante seis años la gobierna como abad (1141-1146). Comprende entonces setenta religiosos de coro, ciento treinta hermanos «barbudos» o conversos y setenta monjes. En 1146 Ernesto presenta su dimisión para embarcarse en la cruzada, y al año siguiente se une a las tropas alemanas mandadas por el emperador Conrado III. Al despedirse de sus hermanos, les había dicho: «No cuento con volver a veros aquí abajo, porque Dios me manda derramar mi sangre por El. Poco importa la muerte que me está reservada, si ella me permite sufrir por amor a Cristo». Sus previsiones se realizaron, y no se supo jamás dónde o cómo había muerto.
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