Nació en París en 1591 y murió el 15 de marzo de 1660.
Durante la misa solemne de Pentecostés de 1623, Luisa de Marillac, Mme. Le Gras, sintió una voz interior que le aseguraba que habría de encontrar un buen director para su alma atribulada. Al año siguiente la profecía se cumplió en la persona de san Vicente de Paúl, quien triunfó donde todos los anteriores habían fracasado, incluido san Francisco de Sales. Él fue, en efecto, quien logró liberar a Luisa de los escrúpulos, obsesiones, dudas de fe y tantas otras ideas fijas que la hacían desgraciada.
La hija de Luis de Marillac, señor de Ferriéres, se había casado diez años antes con Antonie Le Gras, un hombre que se creía llamado a un brillante porvenir, pero que contrajo una grave enfermedad de la que habría de morir en 1625. Luisa lo cuidó abnegadamente, a la vez que se encargaba de la educación de su único hijo. Tenía treinta y cuatro años cuando perdió a su marido.
Vicente de Paúl la asoció desde entonces a sus tareas. Quien la había curado espiritualmente ahora descubrió en su alma extraordinarias riquezas. Y puso todos esos talentos al servicio de quienes eran los predilectos del santo: expósitos, subnormales, locos, ancianos y enfermos abandonados. Santa Luisa y san Vicente colaboraron durante treinta y cinco años. Juntos fundaron la Congregación de Hijas de la Caridad en 1633. Las religiosas debían tener «por monasterio, una clínica; por clausura, la obediencia; por locutorio, la fe en Dios; por claustro, las calles o las salas de los hospitales». Luisa, que había redactado la regla, las dirigió hasta su muerte.
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