Parece que, si queremos ser felices, tenemos que olvidarnos de que vamos a morir. Pero ese intento es una tontería, porque, quieras o no, te vas a morir y, con la muerte, se terminará tu felicidad, la poca o mucha que hayas sabido encontrar. Eso es lo que parece.
Pero las bienaventuranzas nos prometen vivir más allá de la muerte. Para los cristianos, la muerte no es ninguna muralla donde pueda reventarse nuestra felicidad.
Las bienaventuranzas nos invitan a disfrutar ya desde ahora la felicidad verdadera, en un horizonte de esperanza. Podemos ser felices ahora, y esperamos que la felicidad completa se nos dé en el futuro último.
Estamos viviendo en tiendas de campaña. En una tienda de campaña se vive muy bien una semana. Pero luego estás deseando llegar a casa. Los gozos de esta vida son una aproximación de lo que tendremos después; hoy disfrutamos de la ternura, el amor, la amistad, la intimidad, la justicia, la naturaleza, la fiesta, la alegría, la sonrisa, la paz. Toda esta pequeña felicidad es un espejo de lo que tendremos después a escala infinita.
Allí quedarán saciados todos nuestros deseos. Todo lo bueno y hermoso que aquí soñamos, lo tendremos allá transfigurado.
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