Los cristianos llevábamos ya 300 años perseguidos por los emperadores romanos. Pero aquello se acabó, y vinieron días de más calma.
La gente corría a Letrán, que era el palacio de los papas, la catedral de Roma. Había sido un palacio, propiedad de la esposa del emperador Constantino el Grande. Y ésta se lo regaló al papa Silvestre. La consagración de aquel templo se hizo un día como hoy, 9 de noviembre, del año 324. Y se consagró con el nombre de El Salvador.
Allí se hacía toda la vida de Roma. Cinco concilios, embajadas, entronizaciones de pontífices, coronaciones de emperadores. Y así pasaron mil años de historia. Pero un buen día se les ocurrió a los papas ir a vivir a Aviñón, en Francia, y Letrán quedó sumida en el silencio y la ruina.
Cuando los papas volvieron a Roma, ya no vivieron más en Letrán, sino que se instalaron en el Vaticano. Letrán perdió su prestigio político y dejó de ser el centro de la administración eclesiástica.
Del antiguo edificio queda muy poco. Pero allí está, separado de la basílica, el antiguo baptisterio de Roma, consagrado a san Juan Bautista, san Juan de Letrán. Todos los visitantes que hoy van a Roma, visitan aquella basílica, gloria de tiempos pasados y recuerdo admirado para nuestros ojos.
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