San HILARIO Nació en Poitiers (Francia) hacia el 315 y murió en esa ciudad hacia el 367. Eran los tiempos en que los emperadores, para apaciguar los espíritus, pretendían imponer en todo el Imperio el arrianismo. Bien sabido es que los arrianos sostienen que sólo el Padre es Dios y que Jesús es un hombre divino, fórmula cómoda porque permite atribuir a Cristo el grado deseado de divinidad y de humanidad. San Hilario fue quien más contribuyó, con su talento de hombre de acción y de pluma, a purgar de la Iglesia romana los errores del arrianismo.
Pertenecía a la nobleza de Aquitania y poseía una vasta cultura. Recibió el don de la fe al estudiar las Sagradas Escrituras. Hasta entonces, su alma había permanecido inquieta y triste: «Me decía que si la vida presente no nos es dada para encaminarnos a la eternidad, Dios nos estaría tendiendo una trampa al darnos la vida». Tenía unos treinta y cinco años cuando fue elegido obispo de Poitiers (hacia el 350), a pesar de estar casado. Su prestigio le situó a la cabeza del episcopado galo, y de inmediato y hasta su muerte se consumió en una lucha implacable contra la herejía arriana. Viendo que tal enemigo acabaría por arruinar sus planes, Constancio II, que intentaba arrianizar Occidente, le exilió a Frigia, en el otro extremo de Europa (356). Allí escribió Hilario la más profunda de sus obras, el De Trinitate, un tratado sobre la divinidad de Cristo, que se convirtió desde entonces en el vademécum de los defensores de la ortodoxia. No obstante, su irradiación era tan poderosa que los obispos arrianos de Asia Menor no soportaron la presencia del santo y, tras cuatro años, obtuvieron del emperador la devolución de esa «fuente de discordia» a su Aquitania natal (360).
En realidad, era un hombre bueno y amable, de una simpatía infinita; se dice que bastaba con haberle visto una vez para ser para siempre su amigo.
MARTIROLOGIO ROMANO. San Hilario, obispo y doctor de la Iglesia, que fue elevado a la sede de Poitiers, en Aquitania (hoy Francia), en tiempo del emperador Constancio, quien había abrazado la herejía arriana, y luchó denodadamente en favor de la fe nicena acerca de la Trinidad y de la divinidad de Cristo, siendo desterrado, por esta razón, durante cuatro años a Frigia. Compuso unos comentarios muy célebres sobre los Salmos y sobre el evangelio de san Mateo (367).
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