Ubaldo nació a Gubbio alrededor del 1085. Huérfano de ambos los padres, fue educado por un tío muy religioso, el que sin embargo obstaculizó su proyecto, manifestado cuando tuvo quince años, de apartarse a vida solitaria; le permitió, en cambio, de asociarse con los canónigos de San Secondo.
Proclamado en el 1114 sacerdote del obispo Giovanni, Ubaldo emprendiò el obra de reforma de la iglesia apartándose, como ya hizo san Pier Damiani, en el monasterio de Manantial Avellana. A Gubbio hizo vuelta en el 1129 para sujetar como obispo la diócesis sobre preciso orden del mismo papa Onorio II.
Gubbio fue entonces una ciudad bastante inquieta, dividida por feroces discordias que contrapusieron facción a facción, linaje a linaje. Y sobre las calles ciudadanas a menudo corrió la sangre.
El obispo Ubaldo se ofreció a hacer de pacificador y un día puso en peligro su misma vida en la tentativa de calmar a una de las muchas violentas motines. El fue echado entre los contendientes suplicándolos de desistir, pero fue arrollado. Sólo cuando los eugubinos se dieron cuenta de haberlo dejado malparado sobre el terreno, pusieron punto final a la riña, preocupados de la suerte de su obispo y arrepentidos de su necedad. De aquel día los ánimos se calmaron.
Ubaldo, querido por el pueblo porque siempre estuvo listo a defenderlo de la arrogancia de los potentes, mantuvo la ciudad por más de treinta años, salvándola de la destrucción amenazada por Federico Barbarroja.
Cómo Papa Leone hizo con Atila, el obispo Ubaldo ayudó al emperador, armado sólo de la fuerza de la fe y el prestigio de su dignidad episcopal. Barbaroja, golpeado por mucho ánimo, cambió propósito y ahorró la ciudad.
Ubaldo murió el 16 de mayo de 1160. Treinta años después sobre la ola de la sincera veneración tributada por los eugubinos a su santo obispo, tambièn elegido a patrón de la ciudad. Ubaldo fue incluido en el registro de los san.
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