Santa Marina era gallega, de Orense, en las afueras de la ciudad. Allí la llaman Santa Marina de Santas Aguas.
A unos 4 kilómetros de la ciudad, hay un poblado maravilloso, con una iglesia románica que es una joya. Aquella es la patria de santa Marina.
Marina era una chica, hija de aquel pueblo, cuyo padre era capitán de una legión romana acampada por allí. En casa tenían una nodriza cristiana que le enseñó a Marina la religión de Jesucristo.
La joven iba creciendo llena de hermosura. El capitán de las legiones romanas, Olibrio, la pretendió por esposa, pero ella se negó, porque no le interesaba el negocio. El resultado se veía venir: fue denunciada por ser cristiana. La detuvieron, la torturaron y la condenaron a morir quemada en un horno preparado al rojo vivo.
Ya la echaron al fuego, y allí está el recuerdo de aquel horno. Pero la chica no ardía ni a la de tres, y entonces le cortaron la cabeza. En el lugar donde cayó aquella hermosa cabeza, salió una fuente que todavía perdura.
Su devoción la extendieron los peregrinos de Santiago de Compostela por todos los pueblos por donde pasaban al volver.
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