El dato más atrayente es que eran coreanos. Aunque L'o sólo fuera por esto, deberíamos alegrarnos profundamente ante la fiesta de Andrés, Pablo y sus compañeros.
Todos eran coreanos. Pablo era sacerdote. Todos murieron mártires por ser cristianos.
El papa Juan Pablo II en un sólo día, el 19 de junio de 1988, canonizó a 117 mártires que habían derramado su sangre en diversos momentos, en Conchinchina, Annam y Tonkín, hoy Vietnam del Norte.
Entre todos ellos había 11 españoles, un grupo de franceses, y los demás nativos.
Todos murieron víctimas de terribles suplicios, hambre, sed, asfixia, insultos y burlas. Todos murieron perdonando.
La Iglesia pone en nuestros labios la siguiente oración: "Oh Dios, creador y salvador de todos los hombres, que en Corea, de modo admirable, llamaste a la fe católica a un pueblo de adopción y lo acrecentaste por la gloriosa profesión de fe de los santos mártires Andrés, Pablo y compañeros. Concédenos por su ejemplo e intercesión, perseverar también nosotros hasta la muerte en el cumplimiento de tus mandatos".
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